
Felipe partió de este mundo un 10 de junio. Una mañana que manejaba su taxi renault 4, modelo clásico, con la pintura perfectamente pulida.
A la hora en la que los gallos cantaban, salía a hacer carreras al extremo sur de la ciudad, donde a las 7 am tendría que recoger a dos gemelas de 3 años y llevarlas a la escuela. A las 9 recogería a la irritable directora de una compañía de correos y la dejaría en su trabajo y el resto del día tomaría las carreras que no salieran de su ruta centro sur.
Cuando a las 11 y media sufrió de un mareo, no se sorprendió en absoluto ya que no había desayunado bien ese día porque se despertó quince minutos más tarde. A las 11 y 46 no sintió las piernas cuando paró como pudo en la tienda de don Pedro y pensó que con un perico y pan de bono todo se arreglaría, pero quince minutos más tarde, se encontraba tendido en el piso, bañado en su propio vómito y sacudiéndose como un poseso.
A las 12 y 30 declaraban su muerte mientras Margarita y su madre esperaban afuera del hospital.
Margarita sintió un golpe en el pecho a las 12 y 15 cuando Felipe se despedía de su cuerpo y un olor dulce y nauseabundo se instaló en su nariz provocándole arcadas durante todo el día.
Margarita no recuerda haber subido al auto de su suegro ni haberse desmayado durante el camino. Se encontró en su casa con un té de manzanilla en el regazo y su suegra mirándola con los ojos inflamados y rojos.
Felipe se habia ido para siempre y la certeza de su serena compañía, sus días inocentes, sus carantoñas, las pequeñas cartas de amor y sus manos delgadas y tibias. Margarita no sintió tanto amor por Felipe como cuando se dio cuenta de que lo había perdido.
Nunca volvería a escuchar su dulce voz ni pelearía más para que él se cortara las uñas de los pies. De pronto se sintió mala y pensó que el universo, la virgen, Jesús, Dios y todos juntos le habían quitado su novio por ser tan mal agradecida, indiferente y tirana.
Siempre pensando en ella y Felipe siempre a su lado escuchando, abrazando, haciendo nada más que vivir para Margarita. Eso le dijo su suegra en un momento de dolor airado en el entierro y ella sólo pudo llorar y después no dormir durante 3 días, pensando en el cuerpo frío y sólo, con una plancha de cemento encima, tan solo el pobre Felipe con los enormes ojos cerrados para siempre.
Llueve en Bogotá siempre que muchas personas lloran y un aguacero infame se llevó autos, tapas de alcantarillas, muebles y mascotas en un río pantanoso que todo el mundo recuerda en el barrio la Camelia, justo el 17 de junio, 6 días después del entierro de Felipe.
Margarita se dedicó a vaciar su casa con baldes como una barcaza que se hunde, completamente sola, viendo como el techo se caía a pedazos sobre su cuerpo, hundiéndose por fin, bajo las aguas que siempre la acecharon.