
Mi abuela Elsa era bella, tenia los ojos aguamarina, la piel tostada por soles antiguos y el rostro arrugado por muchas risas. Su belleza permanecía volando sobre ella como un pájaro. Me llamaba la atención sobremanera el tamaño de sus fosas nasales que a mis 13 años se me hacían perfectas para intuir la humedad de las lluvias, para oler el café recién hecho y la madurez de las cosechas.
La abuela tenía cosquillas en las rodillas y yo me divertía tentando sus carcajadas. Recuerdo tardes quietas con ella, mirando novelas mexicanas de principios de los ochenta, cantando rancheras y apachurrando sus dulces mejillas con mis dedos para marcar unos hermosos hoyuelos, jugando con su rostro maleable como la masa del pan.
Vivíamos en una casa preciosa, en un barrio rodeado de bosques, había infinitos sonidos que llenaban mis noches, el balanceo de los troncos, el viento entre las hojas, el graznido de las aves. Mi abuela nos contaba a mi hermano y a mí de las «pizcas», una especie de hembra de pavo real mucho menos llamativa. Las había visto anidar en el bosque cercano.
Los guardias del conjunto donde vivíamos también hablaban de las pizcas y de lo sabrosas que eran, podrían ser cazadas para hacer un caldo especialmente exquisito. Las últimas noches se reunían unos 10 animales para descansar, en las noches serían más vulnerables.
Y así, a las 10:00 p.m. durante el mes de agosto empezamos a sentir sobre nuestras cabezas un pesado aleteo de animal extraño.
«Esas aves son meigas» brujas, se reúnen para conversar, hacer hechizos y salir a pasear en las noches con su forma humana» decía mi abuela. Claro, mi hermano y yo usualmente le creíamos a la abuela, pero crecimos en tiempos de naves espaciales, internet e iluminación artificial eterna, las brujas son solo personajes de cuentos y eventualmente fantoches de programas esotéricos. La magia, es ciencia que no se entiende, nada más, y todo tiene una explicación lógica.
Pasaron varios días con sus noches y una de ellas un ruido ensordecedor nos despertó a las 11:11 pm. Yo dormía con mi abuela en el segundo piso, la habitación de mi hermano quedaba junto a la nuestra. Todos los cristales del estudio se resquebrajaron, una onda expansiva nos dejó aturdidos unos minutos, nos levantamos y sentimos vidrios bajo los pies. Pensé enseguida en un terremoto, pero la arañas de cristal de las habitaciones permanecieron inmóviles. Bajamos enseguida las escaleras y encontramos en el jardín delantero a una bella mujer vestida de negro, pálida, a la luz de la luna , con un hilo de sangre rezumando de su oído derecho.
Este cuento es para mi abuela osito que nos acompaña desde otra dimensión.
Meiga. Saludo tus palabras y tus imágenes preciosas. Un cuento tierno con ese final inesperado, Tiene un mensaje que me toca a profundidad mi memoria de con mis dos abuelas, una de origen Muisca y la otra Quimbaya. Las etnias de mi tierra.
Muchas gracias que hermoso comentario! Precioso que el cuento te haya tocado la infancia. Un abrazo!
Las abuelas son lo las bello que nos ha pasado. Saber apreciar sus palabras nos sigue guiando el el tránsito que nos queda por recorrer. Un abrazo!